CAPÍTULO 1
AGARRO LA VIEJA BRÚJULA DEL EJÉRCITO DE MI PAPÁ y hago un esfuerzo por no tirársela al odioso cuervo que me está acosando desde la ventana del cuarto. He vivido en otros cinco lugares, pero los pájaros de New Haven son, de lejos, los más irritantes.
—¿Oíste eso de que la vieja que vive aquí cocina mapaches y armadillos para la cena? —chilla el cuervo dando saltitos de uno a otro lado en el alféizar de la ventana. Inclina la cabeza negra hacia las cajas de embalaje en mi cuarto.
—Sé de buena tinta que eso no es verdad. —Pateo una caja grande etiquetada LIBROS DE CÓMICS y PISTOLAS DE DARDOS DE NÉSTOR que está debajo de mi cama. Los muelles debajo del colchón se quejan a medida que la caja empuja el marco de la cama—. Mi abuela es la mejor cocinera de Texas.
—Está bien. No me creas. A lo mejor te iré a visitar al hospital cuando te tengan que quitar el intestino delgado por comer demasiados animales atropellados.
Pongo los ojos en blanco. A veces esto de hablar con los animales no es tan genial como parece.
Aprieto las mandíbulas y meto a empujones otra caja bajo la cama, arrodillándome para empujarla contra el tenso marco de la cama. Este cuervo me está impidiendo romper mi récord de desempacar. Luego de mudarme a cinco bases del ejército, he perfeccionado mis habilidades. Tengo el récord de mayor velocidad a la hora de empacar y desempacar en todo el universo. Te las puedes arreglar con desempacar únicamente una sola caja de ropa por más o menos tres semanas antes de que tu mamá se dé cuenta de que te has puesto todos los días el mismo pulóver de un gato surfeando encima de un pedazo de pizza. Sé que ponerse a ordenar tus cajas frente a un curioso vecino nuevo significa que él va a ver toda tu ropa interior y el raído osito de peluche con el que todavía insistes en dormir.
Pero el secreto del éxito consiste en no molestarse con desempacar la mitad de las cajas cuando llegas a tu nueva ubicación. De ese modo estarás listo para partir cuando tu mamá anuncie lo inevitable.
No me sorprendió cuando mi mamá dijo:
—Néstor, nos vamos a mudar a New Haven, Texas.
Habíamos vivido en Fort Hood durante seis meses, ya me estaba acostumbrando a mi nueva escuela y mis compañeros de clase estaban a punto de ganarse el rango de amigos. Mis maestros por fin comenzaban a llamarme correctamente. Yo sabía que esa era la señal de que debía prepararme para que nos mudáramos una vez más.
Así que hace dos días puse el cronómetro y medí el tiempo que me tomaba tirar mis cuadernos de dibujo y mis lápices en una caja y el resto de las pistolas de dardos, los Legos y las tarjetas de Pokémon que habían sobrevivido a las cuatro últimas mudadas en una tercera caja. ¡Cinco minutos y treinta y cuatro segundos!
Aunque olvidé empacar mis calzoncillos.
El cuervo picotea la pintura descascarada del alféizar de la ventana; sus lustrosas plumas negras brillan a la luz del sol. Parece como si estuviera cubierto de aceite y tuviese un sinuoso diseño verde y morado en las alas. Abandono lo de desempacar y agarro mi cuaderno de dibujo para bocetear la fastidiosa vida salvaje de New Haven.
—Oh, ¿así que me vas a hacer famoso? ¿Y acaso tú eres un buen artista? —El cuervo estira las plumas.
Considero dibujar un enorme oso negro devorando al cuervo, con plumas y pedazos del pájaro saltando por los aires.
Mientras dibujo el matiz exacto de odioso en el ojo del cuervo, escucho un toque suave en la puerta de mi cuarto.
Mi abuela entra arrastrando los pies, con su pelo rizado recogido en un moño alto. Intentó teñírselo de rojo para cubrirse las canas, pero le quedó más bien morado. Hace juego con las florecitas en su bata de casa.
Mi abuela me da un abrazo e inhalo el aroma a lavanda. De las cinco veces que me he mudado, esta es la primera vez que alguien que conozco me ha recibido. Por lo general llegamos a una casa vacía con paredes que hacen eco, rodeada de los ojos curiosos de los vecinos. Me podría quedar en el abrazo de mi abuela para siempre.
—¿Y cómo va lo de desempacar? —Le echa un vistazo a mi cuarto nuevo y hace una pausa cuando ve las cajas de embalaje bajo la cama. Suelta una risita y me guiña un ojo.
El cuervo bate las alas contra el marco de la ventana.
—Oh, estás metido en tremendo lío.
Niego con la cabeza y miro a mi abuela para comprobar si ella también puede oír al irritante animal que me acompaña, pero está ocupada sacando una bolsa de papel cartucho a sus espaldas sin mover un músculo de la cara. Parece que mi habilidad de hablar con los animales no se saltó una generación.
—Bien, supongo. —Les echo un vistazo a las cajas en mi clóset, metidas a la fuerza detrás de mi ropa.
Mi abuela toma mi cuaderno de dibujo y lo sostiene a un brazo de distancia, admirando mi boceto del cuervo.
—Ay, mira. Otra obra maestra, Joselito.
A veces a ella le gusta llamarme Joselito, en honor a José Nicolás de la Escalera, el primer pintor de Cuba. Me dice que espera ver algún día mis dibujos en museos alrededor del mundo, al igual que los de José. No me molesto en decirle que no pienso que yo sea tan bueno. Dibujo porque me mantiene ocupado mientras estoy sentado en las aulas nuevas escuchando a un maestro dar una cháchara sobre ecuaciones que aprendí hace dos escuelas.
Y el papel y los lápices son fáciles de empacar.
—¿Y eso qué es?—pregunto, mientras mi abuela sostiene la bolsa de papel cartucho frente a mí.
—Tengo algo para ti, niño. —Los ojos le brillan.
Echo un vistazo al interior. Al fondo hay un guante de béisbol.
—Pensé que tal vez querrías esto. Subí al desván a buscarlo entre las cajas. Ay, casi me rompo la cadera con esas tontas escaleras.
Paso el dedo por el guante desgastado y sonrío mientras mi abuela maldice las escaleras del ático. El cuero marrón está cuarteado en la palma y unos cuantos cordones zafados cuelgan de los bordes. Está definitivamente bien usado.
—Este fue el guante de tu papá. Él y tu abuelo se pasaban las horas allá afuera en el patio tirándose pelotas. Tenía que gritarles muchísimo para que dejaran de tirársela y entraran a cenar. Y yo soy buena cocinera, como tú sabes. —Mi abuela suelta una risita y se sienta a mi lado en la cama. Se acomoda hacia un lado, y las cajas metidas a la fuerza bajo la cama comienzan a empujar los afilados muelles contra el colchón. Escucho como el cartón de una de ellas comienza a crujir. Espero que no sea la que tiene mi acuario.
—Gracias, Buela. Esto es súper genial.
El guante de mi papá. Deslizo mis dedos dentro y abro el guante y lo cierro. Definitivamente no olvidaré empacar esto cuando nos mudemos de nuevo.
Copyright © 2022 by Adrianna Cuevas
Translation copyright © 2022 by Alexis Romay