Introducción
Las latinas que encontrarán en estas páginas son mujeres que amo, respeto y admiro. ¡Me hubiera encantado descubrirlas en mi infancia! No obstante, he tenido la suerte de pasar días y noches aprendiendo sobre ellas desde el año 2014, y me alegra mucho tener por fin la oportunidad de compartir sus increíbles historias con ustedes.
La idea de hacer este libro nació mientras trabajaba como maestra de arte en el Alto Manhattan. Al igual que yo, la mayoría de mis estudiantes eran biculturales. Sus familias venían de países como la República Dominicana, Puerto Rico y México. Sin embargo, los carteles que veía cuando recorría los pasillos de la escuela mostraban personajes históricos como Einstein, Benjamín Franklin y Dalí. Entonces, me pregunté: “¿Qué pasaría si en estas paredes pusiéramos algunas caras nuevas, más parecidas a las de mis estudiantes?”.
Esa idea me llevó a realizar una búsqueda fascinante en la historia de los latinxs. En el proceso, me di cuenta de que faltaba algo muy importante: ¡mujeres! El ver sus contribuciones reducidas a notas de pie de página de libros y artículos históricos despertó a la feminista que llevo dentro; y decidí dedicarles a ellas mi investigación. A medida que profundizaba en mi búsqueda, encontré muchas latinas impactantes y me di cuenta de lo cruciales que han sido las latinas en nuestra historia. Gracias a varios profesores, historiadores, familiares y muchas mujeres que han conservado la información que existe sobre el legado de estas latinas, ¡logré reunir mis hallazgos en este libro!
¿Cómo seleccioné a las mujeres que aquí aparecen? Me puse a pensar en mis estudiantes y en las futuras lectoras. Quería que cada una, sin falta, tuviera la oportunidad de encontrar en estas páginas a alguien que se pareciera a ustedes, que jugara los mismos juegos y tuviera los mismos sueños. Es por ello que las ilustraciones muestran a estas latinas cuando eran niñas. Antes de que estas mujeres comenzaran a dirigir y construir nuestras ciudades, a presidir nuestros tribunales, volar al espacio, sanar a los enfermos y cantar frente a millones de espectadores, todas ellas fueron niñas que daban sus primeros pasos para convertirse en las mujeres que llegaron a ser.
Las latinas que habitan estas páginas son hermosos ejemplos de personas que admiro por su actitud frente a la vida y por la manera en que han apoyado a sus comunidades y han contribuido a la formación de las generaciones futuras. Espero que se sientan inspiradas por las activistas y políticas que han luchado para que vivamos en un mundo en el cual todas seamos tratadas con respeto y dignidad; por las matemáticas y científicas cuyo trabajo revolucionario puede servirles como punto de partida; por las artistas, bailarinas y músicas que nos han ayudado a encontrar maneras de entendernos mutuamente.
Leerán historias que tuvieron lugar en tiempos tan remotos como el siglo XVII y conocerán mujeres de toda América Latina y de Estados Unidos que eligieron carreras muy distintas, desde artistas y cantantes como Frida Kahlo y Selena Quintanilla, hasta congresistas, arqueólogas e ingenieras como Alexandria Ocasio-Cortez, Zelia Nuttall y Evelyn Miralles. Cada relato ofrece apenas un breve vistazo a la vida de estas mujeres maravillosas, así como este libro es apenas un breve vistazo a las latinas que han hecho historia. ¡Hay mucho más que pueden aprender y muchas más latinas por descubrir!
Por ahora, espero que disfruten viendo las maneras en que las mujeres en el pasado y en el presente han ayudado a preparar el terreno para que ustedes, lectoras y lectores, persigan sus propios sueños. Compartiendo sus historias y celebrando sus nombres, podrán ayudar a mantener vivos sus descubrimientos, palabras e ideas. ¡Que vivan las latinitas!
Sor Juana Inés de la Cruz
12 de noviembre de 1651—17 de abril de 1695
Desde que era una niña en México, escondida entre los maizales para leer los libros prohibidos de la biblioteca de su abuelo, Juana Inés soñaba con estudiar en la universidad. Cuando a los siete años descubrió que la universidad era solo para hombres, rogó a su madre que le cortara las trenzas y le pusiera ropa de niño para que pudiera asistir. Pero su madre no se atrevió a hacerlo. “A las niñas no se les permite estudiar”, le advirtió.
“Aprenderé sola”, dijo Juana Inés; y estudió de todo, desde cómo escribir poesía y prosa hasta ciencias y el idioma azteca, náhuatl. A los ocho años, ganó un concurso de escritura y vio su primer guion de teatro actuado en el escenario. Además, ¡le regalaron un libro!
Cuando Juana Inés tenía dieciséis años, los rumores sobre su mente brillante llegaron a oídos del virrey, quien se negaba a creer que una mujer pudiese ser tan inteligente. “¡Ya verá!”, pensó el virrey, e invitó a todos los académicos respetados de México a poner a prueba sus conocimientos. ¡Juana Inés no falló ni una pregunta! Impresionó tanto al virrey que la hizo parte de su corte real. Allí tuvo muchos pretendientes, pero lo único que quería era escribir. “¿Dónde puedo trabajar en paz?”, se preguntó, y se le ocurrió el lugar perfecto: ¡un convento!
En el silencio de su celda de monja, Juana Inés escribió poesía y obras teatrales a la luz de una vela. Con sus dedos manchados de tinta llenó páginas y páginas con agudas críticas hacia hombres poderosos y las enseñanzas de la iglesia que intentaba marginalizar a las mujeres. Envió sus manuscritos a España, donde fueron publicados y, con sus compañeras monjas, convirtió el convento en un teatro. Logró difundir sus mensajes feministas de manera ingeniosa, presentándolos en divertidas comedias para la corte real y los sabios de la época. En poco tiempo, sus ideas encendieron debates que viajarían más allá de los muros del convento. Casi cuatro siglos después, leemos y debatimos esas mismas ideas, que aún inspiran cambios.
Juana Azurduy de Padilla
12 de julio de 1780—25 de mayo de 1862
Cuando Juana tenía siete años, su madre murió y ella tuvo que abandonar su escuela de la ciudad para mudarse a la hacienda de su padre. Bajo el sol del sur de Bolivia, Juana trabajó en el campo junto a indígenas aimara y quechua, donde se hizo amiga de ellos y aprendió sus idiomas. En su tiempo libre, su padre le enseñaba a montar caballo y a disparar. A su padre no se le ocurrió enseñarle a cocinar o coser, que era lo que aprendían muchas niñas de la época.
Cuando Juana era adolescente, su padre murió y sus tíos la enviaron a un convento para que se hiciera monja. Pero esa no era la vida que Juana deseaba y una noche, logró escapar. Cuando regresó a la hacienda, todo había cambiado. Sus amigos campesinos ahora trabajaban en las minas de plata de los españoles. Le contaron historias horribles sobre las golpizas que les daban y las interminables jornadas obligatorias de trabajo. Juana decidió ayudarlos.
Su amigo de la infancia se había unido al ejército revolucionario del norte, y ella decidió enlistarse. Se casaron y fueron juntos al campo de batalla para luchar contra el gobierno español. Juana era tan apasionada por la causa que se convirtió en la voz de la revolución. Con la ayuda de sus amigos aimaras y quechuas, ¡reclutó a más de diez mil soldados! En poco tiempo, ella misma comandaba las batallas. Era tan buena estratega que su tropa ¡derrotó a los españoles con apenas unas pocas armas robadas, resorteras y lanzas de madera! Un general muy famoso quedó tan impresionado que la condecoró regalándole su propia espada.
Juana comandó varias batallas durante la Guerra de Independencia, venciendo al ejército español una y otra vez. Luchó incluso estando embarazada y después de dar a luz ¡regresó de inmediato al campo de batalla! Todos sus incansables esfuerzos dieron fruto: Bolivia ganó la guerra y ahora se celebra el cumpleaños de Juana con desfiles y tributos por su valiente contribución a la libertad.
Policarpa Salavarrieta
26 de enero de 1795—14 de noviembre de 1817
Policarpa era buena prestando atención. Cuando sus padres murieron, se quedó con su madrina y se esforzó mucho en aprender todo lo que podía para ayudarla. Un día, mientras cosía, escuchó una conversación entre sus hermanos: “No se reconocerá nuestra dignidad hasta que Colombia sea libre. ¡Tenemos que rebelarnos contra España!”.
“¡Yo también quiero ser una rebelde!”, anunció Policarpa. Pero era el siglo XIX, y sus hermanos le explicaron que solo a los hombres se les permitía ingresar al ejército. Una noche, acostada en su cama, se le ocurrió una idea: ¡si no la dejaban ser un soldado, entonces trabajaría como espía!
Policarpa buscó trabajo como modista en casas de personas partidarias al gobierno español. Mientras cosía en un rincón, escondida entre pantalones y camisas, tomaba nota de todo lo que oía. Antes de que los partidarios lanzaran sus ataques, Policarpa les hacía llegar mensajes de advertencia a los rebeldes para que prepararan su defensa. Además, creó un sistema para enviarles provisiones y reclutas. Colaboró en todo lo que pudo.
Una noche, atraparon a dos soldados que portaban mensajes de Policarpa. Los partidarios del gobierno español la capturaron y la sentenciaron a muerte. Pero, le ofrecieron una alternativa: si confesaba ante un sacerdote, la perdonarían. Ella se negó. Lo que hizo, en cambio, fue dar un discurso que todavía inspira a los colombianos: “Ved que, aunque mujer y joven, me sobra valor para sufrir la muerte y mil muertes más […] por defender los derechos de mi patria. ¡No olvidéis este ejemplo!”.
Rosa Peña de González
31 de agosto de 1843—8 de noviembre de 1899
Rosa era muy pequeña cuando murió su madre. Su única familia era su padre, y ella lo quería mucho. “De grande, quiero ser como tú”, le decía. Cuando su padre fue encarcelado por rebelarse contra los gobernantes injustos de Paraguay, fue Rosa quien lo visitó. A escondidas, le llevaba libros de leyes para que él, al salir, pudiera seguir defendiendo a su pueblo.
Entonces, estalló en Paraguay la Guerra de la Triple Alianza, y a Rosa la enviaron a Argentina. Como su padre, Rosa leía todo lo que podía y era muy aplicada en su nueva escuela. Un día, le llegaron noticias de que todos los bellos pueblos y ciudades de Paraguay habían sido arrasados por el fuego. Rosa decidió que era el momento de regresar a su patria.
Ya en suelo paraguayo, al pasar por los marcadores de los hombres caídos en la guerra, Rosa sintió temor. Sin embargo, tenía claro que a las mujeres les correspondía la tarea de reconstruir el país. Ella ya sabía por dónde comenzar. “Lo primero que necesitamos es una escuela”, dijo. Y con sus escasos ahorros construyó una escuela para niñas. Convocó a las hermanas Adela y Celsa Speratti para que la ayudaran. Las tres trabajaron juntas para construir la nueva democracia, diseñando un currículo fresco y nuevo que sirviera para alentar a todos los niños a ser librepensadores.
Rosa recorrió su país, pueblo por pueblo, para obtener el apoyo de cada comunidad. ¡En poco tiempo, construyó veinticuatro escuelas! A Paraguay le tomó muchos años recuperarse de aquella guerra, pero en el proceso, gracias a la labor incansable de Rosa, todos los estudiantes se prepararon para convertirse en los nuevos líderes que se necesitaban. Hoy en día, Rosa es recordada como la madre de la educación en Paraguay.
Teresa Carreño
2 2 de diciembre de 1853—12 de junio de 1917
Desde que era una bebé y tarareaba óperas italianas antes de hablar, Teresa fue capaz de crear sus propias pequeñas variaciones melódicas. Cuando empezó a componer piezas para piano, a los cuatro años de edad, comenzaron a llamarla “la segunda Mozart”. “¡No! ¡Soy la primera Teresita!”, decía ella con firmeza.
A los ocho años de edad, tras mudarse con su familia de Caracas, Venezuela, a la ciudad de Nueva York, Teresa dio un concierto privado en la sala del departamento donde vivían en la Segunda Avenida. Tocó de manera hermosa; pero fue cuando anunció “¡Ahora voy a inventar una ópera!”, y la improvisó de inmediato, que se ganó la admiración de los presentes. El invitado de honor, el famoso pianista Louis Gottschalk, exclamó: “¡Teresa es una genia!”. Y se encargó él mismo de organizarle un concierto público.
El increíble talento de Teresa llegó así a oídos de Abraham Lincoln, ¡quien la invitó a tocar en la Casa Blanca! Teresa compuso variaciones de “Escucha al sinsonte”, la canción favorita del Presidente. Para sorpresa de todos, lo conmovió hasta las lágrimas.
Su estilo único y sus bellas composiciones deleitaron a multitudes, desde Sudáfrica hasta Australia y Berlín. Las orquestas de las principales ciudades europeas la invitaron a tocar con ellas. De mayor, se dedicó a enseñar y ayudó a muchos de los pianistas más prometedores del mundo a dar lo mejor de sí. Teresa compuso en total setenta y cinco piezas para piano, voz y orquesta a lo largo de su vida. Fue uno de los músicos más talentosos, famosos e inspiradores de su tiempo.
Copyright de texto e ilustraciones © 2021, Juliet Menéndez